
Microdosis sin laboratorios: el “Estudio abierto” de James Fadiman
Durante décadas, la ciencia psicodélica estuvo en pausa. Mientras los ensayos clínicos volvían tímidamente, James Fadiman empezó a recoger otra clase de evidencia: la de miles de personas que microdosificaban en su vida cotidiana y querían contar qué les pasaba. Sin aprobaciones, grupos control, doble ciego, equipo o financiación, Fadiman lanzó —desde 2010— un protocolo de autoestudio y fue pidiendo informes ordenados sobre qué mejoraba, qué no y con qué efectos. La idea no reemplaza a los ensayos clínicos, pero abrió una puerta: escuchar de forma sistemática a quienes microdosifican y convertir sus relatos en señales para investigar mejor.

¿La microdosis funciona? Lo que cuenta una gran encuesta clínica
La microdosis promete mucho, pero la pregunta decisiva es sencilla: ¿qué dicen quienes la usan para problemas reales de salud? Un equipo de la Universidad de Maastricht escuchó a cientos de personas con diagnóstico médico que habían probado microdosis de psicodélicos. Les preguntaron, con el mismo lenguaje que usaría un clínico, si aquello había funcionado, si los síntomas habían remitido y si su calidad de vida mejoró. La foto que devuelve el estudio es matizada y útil: la microdosis sale mejor parada que los tratamientos convencionales en varios diagnósticos, pero peor que las dosis regulares cuando hablamos de trastornos mentales como depresión y ansiedad. Y, como siempre en ciencia, el diablo está en los detalles.